¿Cómo se hacen los rankings de universidades?
“Según un estudio internacional, la Universidad de Buenos Aires (UBA) es la mejor universidad de América Latina”, tituló un artículo el diario La Nación en marzo de 2016. “Ranking de las 50 mejores universidades de América Latina: no hay ninguna argentina”, destacó el mismo medio menos de cuatro meses después. A propósito, ¿cómo se realizan este tipo de mediciones, qué aspectos tienen en cuenta, y en qué lugar se encuentran las universidades argentinas?
Existen diferentes mediciones sobre las instituciones superiores de todo el mundo nacidas en el último siglo. Las más conocidas son:
– El Ranking Académico de las Universidades del Mundo (ARWU, por sus siglas en inglés), producido desde 2003 por la Universidad Jiao Tongde Shanghái de China, que tiene en cuenta como indicadores el número de antiguos alumnos y profesores con premios Nobel y medallas Field (10% y 20%, respectivamente), investigadores con alto índice de citación (20%), el número de artículos publicados en revistas científicas como Nature y Science (20%) o indexados en otras publicaciones (20%), y el puntaje de los anteriores campos en relación a la cantidad de docentes (10%).
En 2015, la UBA fue la única universidad argentina en los 500 puestos, al ubicarse en el grupo que va del puesto 151 al 200. En la región, quedó segunda tras la Universidad de San Pablo (en el rango del 101 al 150).
– El ranking QS, elaborado de 2004 en adelante por la consultora educativa británica Quacquarelli Symonds. La mitad de los puntos de cada universidad provienen de encuestas globales realizadas por la empresa (40% por la opinión de académicos, y 10% de empleadores consultados por el lugar que produce los mejores graduados), y el resto de datos que incluyen la cantidad de profesores en relación con los alumnos (20%), las citas a las investigaciones de la facultad (20%), y el número de docentes y alumnos de otras naciones (5% cada uno).
En 2015, la mejor institución de América Latina fue la UBA, con el puesto 124º, seguida por la Universidad de San Pablo en el 143º y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en el 160º. Con una metodología diferente para el ranking latinoamericano, en la que QS agrega criterios y cambia el peso de los anteriores “basado en las prioridades de la región” (por ejemplo, la opinión de académicos incide 30% y la de empleadores 20%), la UBA pasa del 1º al puesto 11º.
– El Times Higher Education (THE) World University Ranking, de la revista británica homónima, también fundado en 2004. Utiliza categorías similares al QS aunque con diferente peso en el resultado, y agrega otras como los montos para investigación, o la proporción de profesores que cuentan con un doctorado.
Para 2015, en ese ranking no hay ninguna universidad argentina entre los primeros 500 lugares, algo que reflejó el título de La Nación citado. Desde la UBA, sin embargo, precisaron que se debe a que no participaron. “El THE sólo trabaja con las universidades que les pasan información. Son informaciones que no suministramos. (…) No tenemos una oficina específica para atender a las consultoras”, declaró Gabriel Capitelli, secretario de Relaciones Internacionales de la UBA.
“Nuestro ranking depende de la participación activa de universidades y creemos que es la mejor manera de obtener información confiable y actualizada. En el caso de la UBA, no recibimos datos para el ranking piloto para América Latina, y no tomamos información de otras fuentes”, precisó a Chequeado Will Sánchez, director regional para América Latina en THE.
– Por último, el Center for World University Rankings (CWUR) de Arabia Saudita también elabora desde 2012 un ranking, basado en: los egresados que ganaron premios internacionales o que lograron cargos gerenciales (CEOs) en relación al tamaño de la universidad (25% en cada caso); profesores con premios internacionales (25%); cantidad de citas en revistas académicas o papers (diferentes porcentajes que suman 20%); y un 5% por patentes.
El listado 2016 ubica a la UBA en el puesto 372, siendo la mejor universidad argentina y la cuarta de la región, detrás de la Universidad de San Pablo (138°), la Universidade Federal de Rio de Janeiro (327°) y la UNAM (341°).
En los cuatro rankings citados el primer lugar está ocupado por alguna institución estadounidense, y en el podio además hay otras del mismo país o británicas. Entre estas instituciones están el Massachusetts Institute of Technology (MIT), Stanford, Harvard y el Instituto Tecnológico de California, de los Estados Unidos, y Oxford y Cambridge, del Reino Unido.
“Las funciones básicas de una universidad son la enseñanza y la investigación y, en menor medida, la extensión [que refiere al vínculo de la universidad con la comunidad, por ejemplo a través de actividades culturales o de salud]”, explicó a este medio Juan Ignacio Doberti, doctor en Ciencias Económicas de la UBA y especializado en temas educativos. “Los rankings, sin embargo, tienen indicadores casi exclusivamente enfocados en investigación porque es más fácilmente parametrizable, con una ponderación menor de la enseñanza por la dificultad de su medición”, sostuvo.
Para el doctor en Educación por la State University of New York Marcelo Rabossi, por su parte, “los rankings sirven pues brindan información a la comunidad, tanto científica como a los estudiantes, y así ayudan a la toma de decisiones”. Pese a esto, agregó a este sitio que “un ranking es serio si realmente mide lo que dice medir”, y que muchas veces hay inconvenientes que hacen que esto no sea así.
Puntualmente Rabossi, también profesor e investigador del Área de Educación de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), apuntó a las encuestas, que utilizan el QS y el THE para armar su ranking. Que un gran porcentaje del puntaje final se base en ellas “hace a la debilidad del ranking ya que no registra los cambios que una universidad tiene en corto plazo pues las percepciones se nutren del pasado o el prejuicio”.
Doberti coincidió en que los rankings permiten tomar decisiones con alguna información, pero resaltó diversos sesgos que podrían llevar a equívocos: “Se mide la eficacia pero no la eficiencia (se consideran los productos pero no los insumos, como el presupuesto); no se tienen en cuenta las áreas de conocimiento de las carreras; el énfasis hacia la investigación hace que se promueva a veces a costa de la docencia; y suele obviarse el valor social de la universidad”.
Por último, existe un factor ligado con la población que accede a la universidad. “Las universidades argentinas han tenido un retroceso relativo. Se debe a muchos factores como la pérdida de grandes investigadores expulsados por cuestiones ideológicas y, desde los años ‘80, a que la universidad nacional ha optado por no ser elitista y abrir sus puertas a todo el mundo, sin importar el nivel del alumno. En general en los países de la región la ‘absorción’ de alumnos no tan calificados lo han hecho las universidades privadas”, sostuvo Rabossi, quien igualmente destacó que las universidades “no deben vivir para los rankings, al menos no hasta que estos no corrijan sus debilidades metodológicas”.
Doberti coincidió en que las decisiones educativas no deben tener en cuenta sólo el resultado de estos índices, e ironizó: “Si la guía que va a seguir la política pública es el resultado de los rankings internacionales, debería focalizarse la atención y el financiamiento a unas pocas instituciones de élite y desentenderse de la población más desaventajada cuyo aporte a los rankings es nulo”.
Fecha de publicación original: 28/07/2016
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